PROFESOR HUGO ROMERO: REFUNDAR LOS DEPARTAMENTOS
La Facultad debe refundar sus departamentos e institutos disciplinarios e interdisciplinarios porque requiere brindar la capacidad de acogida a las complejas y dedicadas tareas de la docencia, la investigación y la extensión. Los tiempos actuales exigen una evaluación crítica y permanente de estas labores.
(de la sección FAU OPINA del sitio web de nuestra facultad)
Los estudios de postgrado y la restructuración de la Facultad
La Universidad de Chile se distingue del sistema de universidades públicas y privadas del país porque en ella se concentra el mayor número de programas de postgrado (magísteres y doctorados) que se ofrecen en Chile. Los estudios de postgrado se han consolidado durante los años recientes como una respuesta a la necesidad social de disponer de capital humano altamente especializado para poder acometer los desafíos que demanda la etapa actual del desarrollo.
Es evidente que ya no basta con disponer de una licenciatura o de un título profesional para acceder a mercados laborales definidos por la especialización y actualidad de los conocimientos y por la capacidad de sus actores de adaptarse a los cambios en forma original. La educación continua se ha generalizado, y al título profesional le ha sucedido el diplomado, los magísteres, doctorados y postdoctorados, además de la permanente participación en cursos, seminarios, debates y lecturas.
La educación de postgrado difiere de la enseñanza de pregrado, conducente a una licenciatura o título profesional. En este último caso, los programas de estudio son más sistemáticos y las formas de enseñanza-aprendizaje consisten principalmente en la transmisión del conocimiento consolidado y en la habilitación para desempeñarse laboralmente mediante el dominio de destrezas y metodologías, validadas como suficientes por la propia comunidad profesional. El postgrado, por el contrario, es una invitación permanente a participar de la construcción del conocimiento y, por ello, debe exhibir mayores grados de flexibilidad en sus planes y programas de estudio, estar abierto a las innovaciones curriculares en forma constante y a analizar y evaluar críticamente la pertinencia de lo que se enseña y aprende, ante los cambios en las demandas de conocimientos que plantea la sociedad nacional como parte de la sociedad global.
Mientras las maestrías introducen al estudiante en los caminos de la investigación científica o en las aplicaciones de los nuevos conocimientos a la resolución de los problemas del desarrollo, los doctorados garantizan que quiénes obtienen los más altos grados universitarios están perfectamente capacitados para construir, producir y difundir nuevos conocimientos, en forma original y comparable a los avances que se experimentan en los principales centros educacionales del mundo. Para poder enfrentar estas obligaciones, los profesores de los programas de postgrado deben ser investigadores, es decir, deben conocer el estado del arte de sus disciplinas, estar al tanto de las innovaciones teóricas y metodológicas que permiten resolver los viejos y nuevos problemas que afectan al país, y, por sobre todo, deben producir conocimientos y exponerlos ante sus pares y la sociedad. Los conocimientos resultan de generar, procesar y relacionar hechos, eventos y objetos de la realidad, sometiéndolos a preguntas o hipótesis que son aceptadas o rechazadas apelando a métodos universalmente aceptados, o bien corresponden a nuevas interpretaciones respecto a las ideas que permiten ordenar el mundo para su comprensión y gestión.
La relación investigación-docencia es siempre deseable y constituye el sostén de la presencia y relevancia de la Universidad de Chile, que, como se sabe, es la principal institución en la ejecución de proyectos de investigación en el país y por ello, el origen de la mayor cantidad de artículos científicos que son aportados por Chile a las publicaciones de mayor importancia mundial. Sin embargo, en el caso de los estudios de postgrado, esta relación es imprescindible si se quiere evitar que la enseñanza sea banal o una mera repetición de la bibliografía conocida.
El llegar a ser profesor-investigador es una tarea de largo plazo, de grandes esfuerzos y requiere no sólo de oportunidades de estudios al más alto nivel, que hasta ahora en nuestras áreas sólo se han podido realizar en el extranjero, sino también, la existencia de unidades académicas que proporcionen el ambiente intelectual necesario para poder generar el conocimiento, lo que implica asociatividad, tiempo, gabinetes, salas de trabajo, bibliotecas, laboratorios, instrumentos, bases de datos, computadores, programas especializados, y antes que nada, alumnos auténtica y vocacionalmente interesados en estudiar y realizar tesis que les lleven a transitar por los caminos de la curiosidad científica, deseosos de exponer sus resultados ante sus pares, en congresos, seminarios y coloquios que se efectúan en el país y el extranjero, y ante la comunidad de la cual forman parte como actores sociales.
Para asegurar la integración entre la producción o creación de conocimientos y la enseñanza, es necesario que existan unidades académicas dedicadas en forma permanente al cultivo disciplinario. Una disciplina es justamente, un modo de conducta que es compartido por un grupo sociológicamente e institucionalmente organizado. La Universidad se estructura sobre la base de tales unidades, que los llama departamentos e institutos, y a los cuáles les fija como objetivos la ejecución de investigaciones y la creación de conocimientos, la dictación docencia de pre y postgrado, o transmisión de esos conocimientos a las nuevas generaciones, y la extensión, o difusión de los mismos hacia la comunidad global y local.
Los académicos que desempeñan la totalidad de estas tareas y que constituyen la masa crítica de los departamentos e institutos reciben el nombre de «profesores ordinarios», como forma de diferenciarlos de quiénes sólo se dedican a la docencia, y que, sistematizan los conocimientos y habilidades que resultan de las prácticas profesionales. Estos últimos son académicos igualmente valiosos, pero con menores obligaciones institucionales que los primeros. Consecuentemente, un académico ordinario debe distribuir su tiempo entre las tareas de investigación o creación, docencia de pre y postgrado y extensión, en parcialidades equilibradas, puesto que cada de una de ellas demanda dedicación y trabajo, cada vez en forma más exigente.
Ser investigador significa participar en proyectos, redes y programas de generación de conocimientos, nacionales y extranjeros, mediante los cuáles, instituciones públicas y privadas asignan recursos para disponer de los materiales y accesos que se requieren. Es muy poco probable que pueda realizarse algún tipo de investigación sin contar con dichos recursos, que se obtienen por concursos cada vez más competitivos. Para ganar uno de esos concursos, los académicos deben disponer de grados , estar al tanto del estado de sus disciplinas y dominar un conjunto de métodos y procedimientos que les permiten identificar, analizar y resolver sus problemas científicos con rigurosidad y calidad comparable con los investigadores de los países económica, social y culturalmente más avanzados. Una investigación no publicada es una investigación no hecha. Este es el lema que asegura la revisión de pares, único mecanismo aceptado por las comunidades académicas para acreditar la calidad de los resultados obtenidos y presentados ante la sociedad, a través de diversos eventos y mediante libros, revistas, exposiciones, conferencias y debates. El mandante de la investigación no es un organismo público o una empresa privada sino que la propia comunidad que ejerce su sociología del conocimiento.
La docencia de pre y postgrado también es sometida a una rigurosa contabilidad, mediante los procesos de acreditación, nacionales y extranjeros. Los postgrados acreditados disponen de becas estatales para que los estudiantes de maestrías y doctorados puedan abocarse exclusivamente a sus estudios y a labores educacionales relacionadas.
La preparación de una buena docencia requiere también de una altísima dedicación, especialmente cuándo el rol de los profesores como protagonistas de clases magistrales debe ceder paso a facilitadores de diálogos creativos entre los estudiantes, fundados en lecturas y conocimientos actualizados, evaluados críticamente, que les permitan conocer los conceptos, modelos y métodos que se emplean en su construcción y en su aplicación a resolver problemas de relevancia social. La preparación de un docente corresponde también a un proceso largo y sometido a constantes exámenes, que en este caso, no sólo son ejercidos por sus pares, sino que especialmente por sus estudiantes de pre y postgrado. La generación y procesamiento permanente de encuestas de evaluación de las acciones docentes es la única forma de detectar a tiempo los problemas y adoptar sus soluciones constructivas.
Como si no fuera suficiente, la extensión es algo crecientemente complejo y que también dispone de indicadores precisos: Participación en congresos nacionales y extranjeros, publicaciones, reportajes, conferencias, y, durante los años recientes, en forma creciente, relacionamiento directo con la sociedad: Participación en la difusión del conocimiento a los movimientos sociales como una forma de fortalecer la democracia, posibilitando que las comunidades urbanas, rurales, indígenas y vulnerables, consigan superar las asimetrías y debilidades de su educación y del acceso a la información, para que, a su vez, puedan exigir el respeto de sus derechos, de sus territorios, de sus recursos, naturales y culturales, su capacidad de reproducción social, su persistencia e identidad. La extensión no es tampoco una terea trivial a la que los académicos puedan dedicar el tiempo sobrante.
La Facultad debe refundar sus departamentos e institutos disciplinarios e interdisciplinarios porque requiere brindar la capacidad de acogida a las complejas y dedicadas tareas de la docencia, la investigación y la extensión. Los tiempos actuales exigen una evaluación crítica y permanente de estas labores y la Universidad de Chile aspira a seguir siendo la más importante universidad del país. Ello no ha estado sucediendo hasta ahora entre nosotros. Los programas de postgrado no han ocupado en la Facultad el lugar que poseen en la Universidad de Chile y que en el caso de algunas de las disciplinas que cultivamos, se encuentran perfectamente acreditados por parte de otras universidades nacionales. La Universidad de Chile no puede ser segunda ni tercera.
Los postgrados de la Facultad no se han acreditado porque han carecido del respaldo y respeto que le brinda el resto de las facultades y las universidades importantes, porque se han confundido sus objetivos académicos por cifras económicas y porque no han dispuesto del espacio y ambiente de diálogo crítico que requieren para su desarrollo en el seno de los departamentos e institutos disciplinarios e interdisciplinarios que ahora nos aprontamos a refundar. El primer paso es brindar los sitios de acogida para el desenvolvimiento de nuestras capacidade s, la asignación y respeto a los tiempos necesarios, la generación y permanencia de líneas de investigación, la conformación de grupos de trabajo integrados por profesores y estudiantes, la dotación de recursos materiales, pero, por sobre todo, el reconocimiento siempre presente del hecho que la relación investigación-docencia-extensión forma la más sólida y trascendente fundación y tradición institucional desde la Reforma Universitaria de 1968.
Dr. Hugo Romero, Director de la Escuela de Postgrado.